Año 2014. Llevaba 2 años en Conce, experimentando la independencia y sorteando el viaje del universitario. Vivía solo y estaba viviendo el Rocknroll o al menos eso me gustaba creer. Por aquellos días aún no terminaba de impresionarme con la escena cultural de Conce. No podía creer que casi todos los días podía pillar una tocata, ferias, una que otra exposición y una variedad tremenda de panoramas artísticos y nocturnos.
Me gustaba creer en las coincidencias y sincronías, si veía que eran las 23:23, era claramente una señal del universo y las deidades. Algo así sucedió en agosto de 2014. Me gustaba (y todavía mucho) caminar sin rumbo por la UdeC, verlos trucos de los skaters, perros de todos los tamaños, formas y colores y toda esa“vida” que hay por ahí. Me inspira una profunda calma y belleza.
Iba pasado el foro cuando empiezo a escuchar los ecos de una música distante,apenas perceptible. Como Hanzel y Gretel siguiendo migajas, empiezo a rastrear el origen de esa estimulante señal. Enfoco mi oído para saber a donde ir. Paso la biblioteca y PUM: un candolazo de invierno, con performance y música en vivo aparece sin previo aviso ante a mi. ¿Cómo iba a tener tanta suerte ese día?.
La alegría y sensación de sincronía me invadieron de inmediato, sin intención alguna me pille con lo que para entonces, me parecía el mejor panorama: pastito, ambiente distendido, picoteo y la guinda de la torta, música en vivo.
Recuerdo que saqué una luca y me compré 4 candolas, 7 tabacos y dos choripanes (tal vez fueron mil quinientos). Había quedado con un amigo en la entrada de Udec. Le informé que el punto de encuentro se había movido indiscutiblemente al plato, por el inesperado espectáculo que me había topado.
Instalados, le regalé dos candolas y comenzamos ávidamente a hablar de aliens, reencarnaciones y sobre los trabajos que teníamos que entregar esa semana en la facultad.
Comenzó el segundo número musical. Este empieza a captar mi atención, derrepente, la secuestró al 100%. Figuraba un paisaje sonoro nutrido de un rock fusión selvático, bastante bailable, cabezeable y spinettero. Estaban tocando cuando sin previo aviso irrumpe, en mitad de una de sus canciones, un fragmento de “Post crucifixión” de Pescado Rabioso, precisamente el riff de la intro. La manera en que hicieron calzar ese trozo dentro de su canción, me pareció precisa, inesperada y sorprendente. Jamás había visto ese recurso en una interpretación en vivo. Me filpó por completo.
Luego de eso recuerdo pararme y avanzar al escenario para darles presencialmente mi señal de aprobación y bacilar la música ahí mismo con ellos. “Somos FLAKKA con dos K”, dijo el cantante.
Luego de esa experiencia, FLAKKA desapareció totalmente de mi radar. Era frecuente mi deseo de verlos otra vez. Flakka no tenía material oficial publicado para entonces, solo algunos videos amateurs en Youtube a los que más de una vez recurrí.
No sería hasta tipo 2019, que me entero que tocarían en el Averno, para entonces yo vivía al frente de este. Faltar no era una opción.
Llegué cuando ya estaban tocando, me instalé en las mesas de atrás, por la acústica. Reconocí de inmediato esa esencia que había escuchado hace años en el plato, pero algunas cosas habían cambiado. El cantante y guitarrista ahora también tocaba los teclados y los arreglos eran bastante guapos y llamativos. Aparte, este y los demás llevaban unas mallas plateadas y algo de glitter en la cara, me recordó instantáneamente a Bowie.
Con un oído ya más entrenado fui analizando, uniendo cabos y sacando conclusiones a la vez que disfrutaba de aquel viaje sonoro. La música era extremadamente progresiva, ya que algunos temas parecían ser 4 diferentes enganchados de alguna extraña manera que me producía sensaciones de bizarres, tenía ese componente extraño o raro. Pero también había una intención pop, ciertas melodías pegajosas, el vocalista tenía una intuición al entonar que personalmente valoro mucho.
La batería manejaba totalmente las intenciones e intensidades de la canción, subiéndola y bajándola cuando el tema lo requería. El bajo fuertemente marcado por el blues, sacaba agudas melodías que se asemejarían más a una guitarra, a la vez que no tenía dramas a la hora de ser minimalista y solamente marcar la nota.
El otro guitarrista armonizaba, metía arreglos y era increíblemente funcional, sus solos daban toda una atmósfera de rock clásico al conjunto. Tenía esa virtud de poder tocar una parte extremadamente rápida, virtuosa, quizás pretenciosa dirían algunos, pero también podía solamente marcar o seguir. Funcionalidad pura en una banda.
Eso era mi parte racional tratando de explicar y dar significado a lo que entraba por mis oídos. Por otra parte, mi lado imaginativo, sensitivo y emocional estaba siendo atacado y estimulado de una riquísima y placentera manera.
Si me piden que describa a Flakka con un paisaje, recurriría a lo que me evocó esa tarde en el Averno.
Cerré los ojos y figuraba yo en una boscosa e impenetrable selva del amazonas, de esos lugares que solo puedes llegar caminando y que están aislados de la civilización. Miro a mi alrededor, es un ritual de ayahuasca. Los monos y beduinos corren desenfrenados por los árboles, saltan y entonan gritos tribales mientras que uno que otro travieso tira frutas a la multitud. Hay un shamán al medio que me encandila de inmediato con una luz cegadora y una sabiduría espiritual desbordante.
Zamba, selva, baile, sinestesia. Al medio hay un fuego que se eleva unos tres metros. Un grupo de jóvenes en un profundo trance y sincronía selvática, conectados con el espíritu y esencia de esta, machacan grandes tambores de cuero de animal imitando el pulso, fértil y creador, de la tierra. Mujeres de piel suave y oscura vestidas con faldas amazónicas y colores flúor en su cara, bailan intensamente al tempo del tambor, sacuden y machacan sus caderas violentamente con una sonrisa imborrable y un carisma que calmaría a la bestia más indomable.
Es una fiesta, es un instinto primitivo de disfrute, religión y celebración. Los dioses y entidades de sabiduría infinita descienden de sus moradas y exaltan las sensaciones de los asistentes, otorgando una atmósfera de divinidad, una paz inimaginable y una sensación de sincronía difícil de expresar en palabras.
Los dioses se emborrachan y tienen sexo con los presentes y generan todo un linaje de defensores de la tierra y adoradores del arte y sus virtudes.
Es lo que los griegos llamaban instinto dionisiaco y que está presente en todas las sociedades del mundo.
Es lo que me imagino cuando escucho “Panacea” que curiosamente significa, la cura de todos los males, el primer disco de estudio publicado por Flakka que prontamente estaremos analizando en simporta.